domingo, 30 de marzo de 2008

Perdidos


No estaba ni vivo, ni muerto, simplemente Jorge era una sombra que impregnaba la foto que Carolina tocaba, en un intento por volver a sentir su respiración.

Caminaba por la playa de la Isla de Tenglo, luchando contra el olvido, de los que seguían su vida, borrando los signos de la presencia de ese joven, que acompaño a su padre, en una noche donde la luna coqueteaba con su luz en las aguas del Seno de Reloncavi.

No habría una pesca milagrosa, como cuenta los evangelios, sobre la acción de Jesús en el mar de Galilea, que tanto maravillo a Pedro y lo llevo hacer piedra donde forjaría una fe, que inundaba el corazón de esta adolescente, de suaves facciones y mirada triste.

Para los otros era “ maldita”, cuando se encontraba en ese trance, donde el recuerdo de las caricias de su pasión, se hacían más profundas con la imaginación.

No creyó en los rumores de que un pesquero arrollo el bote de estos hombres, que traía la gente de Guar. No, si no había una muestra clara, como le decía a todos, de la muerte de ellos, aún no se resignaría al fin de su sueño de felicidad.

Sin embargo, la búsqueda de los marinos y los pescadores de la zona no dio resultado.

Una, dos, tres semanas...

Una, dos, tres meses...

Un año.

Nada.

Y hay esta, no mirando a los que mataron en un funeral simbólico a su amor, para dejar en paz sus cabezas. No, ella quedo atrapada en su tiempo, siguiendo el sonido de las leves olas, que parecían haber grabado la voz de Jorge, anunciando su pronto retorno a su hogar.