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El virus koberti , llamado así por el pueblo en Canadá, donde se conoció el primer caso de un portador con este mal a comienzos del 2025 , había infectado a todos los habitantes del planeta, generando en pocos años una verdadera revolución en la sociedad. Puerto Montt no era la excepción a este suceso, por ser una ciudad de la república de Chile, se sometió a las decisiones del poder central, que desde el año 2061 aceptó las recomendaciones de la Organización Universal de la Salud, en lo que respecta a la prohibición de cualquier tipo de relaciones sexuales que implique un contacto físico con penetración, ya que diversos equipo multiciplinarios de científicos del mundo, habían comprobado que esta clase de unión entre portadores del virus , llevaba a que encontrara las condiciones adecuadas para mutar, destruyendo rápidamente el sistema defensivo de sus órganos, y matando en minutos a los que tenían estos encuentros.
Maria Inés, pertenecía aquellas generaciones creadas por las empresas biotecnológicas, que suplieron la reproducción natural, que desapareció, como consecuencia de la aparición del virus. Sin embargo, ellos seguirían portando el mal, debido a que el virus penetraba a otras formas de vida, esperando el momento preciso, para introducirse en el ser humano y mostrar signos de su invasión, meses después.
Ella vivía dentro de los límites de su comunidad denominada Caleides, en homenaje a la ciudad ideal del filósofo francés Pierre Dullin; como el resto de comunidades, había nacido para ser un órgano independiente de apoyo del estado, en la crianza y formación de los nuevos ciudadanos, producidos por las empresas biotecnológicas. En su génesis, estaban constituido por grupos de ciudadanos, que vinculados por determinadas relaciones sociales, establecieron las ideologías institucionales propias. Es así que con el debilitamiento del poder del estado, por la crisis generalizada por la infección, esta organización social, cobró mayor independencia, radicalizando sus posturas y controlaron la técnica de creación de seres humanos.
En aquel verano del 2327 caminaba esta mujer junto a Margarita. Se conocían estas jóvenes desde niñas, y por eso creía Maria Inés, que no le podía ocultar esa sensación de vació, que sentía, y ese creciente deseo reflejado en ese sueño extraño, donde sonreía recostada en la tierra, mientras una sombra la besaba.
Su amiga conmovida, la abrazo, y tocó su cabeza, para tratar de calmar su pena, diciéndole con un tono de cierta timidez:
-Se fuerte. Se que es difícil sacar de la cabeza esas ideas. Yo cuando veía las películas de la antigua época, me imaginaba tantas cosas. Mis labios lo sentían tan húmedos, que pedía en la noche, el acto suicida de un cuerpo para amar.
-Pero como superaste esto- le pregunto Maria Inés, con un rostro que demostraba toda su desesperación.
-Gracias a la ayuda de una persona que considero como un amigo- le respondió-se llama Juvencio Díaz y pienso que te puede ayudar como lo hizo conmigo.
Maria Inés, siguiendo el consejo de su amiga, llegó al otro día, a la consulta de este psicólogo. Después de los saludos formales, comenzó a explicarle lo que sucedía. Entonces Juvencio, determino rápidamente, que tenía el mismo mal de la gran mayoría de sus pacientes, que era la no renuncia al deseo sexual. También él lo padeció hace algunos años, al sentirse fuertemente atraído por sus primeras pacientes más atractivas, que lo llevó a estar alejado de su profesión por un tiempo, educando su mente, para dominar sus fantasías, y renunciar definitivamente a sus deseos.
Con detalle, anotaba en un cuaderno electrónico, ciertos rasgos particulares, que veía en ella; su brillo en sus ojos, su voz erotizada, el exagerado sensualismo en las posturas de su cuerpo y el movimiento de sus manos que parecían quieren agarrar algo.
Le consulto si había sentido alguna atracción por algún miembro de Caleides. Entonces Maria Inés después de superar su temor le dijo:
-Si, señor. No se que me pasa cuando me acerco hacia algunos de ellos. Me encantaría que me toquen, y hay momentos que sentido deseos de ser besada, sabiendo el riesgo que tiene.
-Pero por suerte controlas tus impulsos.
-Ciertamente, sin embargo mi imaginación no lo puedo controlar- le replico, saliendo unas leves lagrimas en sus ojos.
Juvencio sabía que ese impulso instintivo se había agudizado con la aparición del virus, trasformándose en otra enfermedad con que debía luchar. Por eso para precisar un tratamiento le pregunto a Maria Inés, si tomaba alguna droga para calmar sus impulsos:
-Señor, solamente tomo las drogas que dan los lideres y no me producen nada-le replico ella molesta por la pregunta.
El psicólogo sabía que esa y otras drogas, no servían en lo absoluto, y que los líderes de la comunidad, lo daban para que por medio del efecto placebo, alguno de los afectados se sanará.
Después la interrogo sobre si usaba sexo virtual.
-Lo uso, pero me hace sentir con más deseo, y me llena de frustración-le contesto con dolor.
Juvencio entendía que este cuadro clínico agudo solo se podía acabar con drogas duras, que mataran todas sus facultades emocionales o practicar esas técnicas de autocontrol, como las que había hecho. Al decidir tomar este último camino citó a Maria Inés para que viniera a partir de la otra semana y así comenzar su terapia, entregándole antes que partiera, unos tranquilizantes suaves, que podría utilizar, en caso de sufrir alguna crisis provocada por su mal.
La joven salió de la consulta, enojada con el especialista, que parecía para ella, más interesado en extirpar esas sensaciones, sin considerar, el placer que le producía, y que ya no volvería a sentir si seguía ese tratamiento.
Cruzo las calles, viendo el monumento a los primeros lideres de Caleides, con sus caras que proyectaban una paz inhumana, paso por los edificios destruidos en los enfrentamientos con las fuerzas enemigas , y llegó a su departamento, para tirarse en su cama, con el fin de descansar, y no pensar en absolutamente nada.
Continuara...