domingo, 30 de marzo de 2008

Efecto Mozart


No podía dejar de sentir esa inquietud.

Mozart buscaba definir, capturar y ordenar ese sonido mudo que deambulaba en su cabeza desde niño. “ La flauta mágica ” y “ Don giovanni ”, no importaban. Es que simplemente no atrapaban los giros, el movimiento de esa expresión que estaba dentro de su mente. Su ultimo esfuerzo de moribundo, caminando en la Viena imperial, fue un grito seco, profundo, doloroso, un réquiem, que tenia un nombre “ Dios”. Eso servia para quedar bien con sus patrones y con su alma que dormiría en el sueño final de 1791.

Alejandra tenia cerrado sus ojos. Tocaba, una y otra vez en su cabeza las mejores piezas del compositor austriaco. En la escuela de música se enamoro de sus creaciones. Ahora era sinónimo de libertad. Su cuerpo torturado lo abandono en esa calle de Santiago de Chile, mientras la bala asesina de un agente de la dictadura avanzaba en el espacio, rompiendo las gotas de lluvia, para dejar su marca sangrienta en ese invierno de 1984. Pero a esa joven no le importaba. En el trance, donde ese persistente sonido grabado en su memoria, dejaba de ser temor para trasformarse en una fantasía.

Cuando la nave espacial se encontró con ese objeto activo sus alarmas. Bisamo acerco con un fuerte rayo esa pequeña estructura. Era una sonda que parecía tener una tecnología antigua y un lenguaje desconocido para él. Estudiando a fondo el aparato, dentro de su nave, apretó accidentalmente un botón. Es el año 6.530 y los pasillos comenzaron a ser inundados por el “Sanctus” del Réquiem en re menor K 626 de Wolfgang Amadeus Mozart. La emoción inundo sus ojos, a ese viajero de la Via Lactea, los recuerdos de esas historias del planeta original de su especie humana, La Tierra, de los ancestros, penetraban en sus sentidos. Entonces miro al espacio, escuchando ese inquietante sonido, que reflejaba la expansión, el ilimitado horizonte del que se coloca en la frontera de la humanidad para avanzar más allá de sus fuerzas en un reto a la eternidad.


Perdidos


No estaba ni vivo, ni muerto, simplemente Jorge era una sombra que impregnaba la foto que Carolina tocaba, en un intento por volver a sentir su respiración.

Caminaba por la playa de la Isla de Tenglo, luchando contra el olvido, de los que seguían su vida, borrando los signos de la presencia de ese joven, que acompaño a su padre, en una noche donde la luna coqueteaba con su luz en las aguas del Seno de Reloncavi.

No habría una pesca milagrosa, como cuenta los evangelios, sobre la acción de Jesús en el mar de Galilea, que tanto maravillo a Pedro y lo llevo hacer piedra donde forjaría una fe, que inundaba el corazón de esta adolescente, de suaves facciones y mirada triste.

Para los otros era “ maldita”, cuando se encontraba en ese trance, donde el recuerdo de las caricias de su pasión, se hacían más profundas con la imaginación.

No creyó en los rumores de que un pesquero arrollo el bote de estos hombres, que traía la gente de Guar. No, si no había una muestra clara, como le decía a todos, de la muerte de ellos, aún no se resignaría al fin de su sueño de felicidad.

Sin embargo, la búsqueda de los marinos y los pescadores de la zona no dio resultado.

Una, dos, tres semanas...

Una, dos, tres meses...

Un año.

Nada.

Y hay esta, no mirando a los que mataron en un funeral simbólico a su amor, para dejar en paz sus cabezas. No, ella quedo atrapada en su tiempo, siguiendo el sonido de las leves olas, que parecían haber grabado la voz de Jorge, anunciando su pronto retorno a su hogar.